Consideración sobre las tipologías y modalidades de formación de formadores
Consideramos oportuno reparar en las tipologías y modalidades de formación de formadores, por cuanto las mismas son un fiel exponente del campo de actuación profesional del formador, a la vez que un referente necesario en la articulación de su formación.
Partimos de una diferenciación inicial por lo que se refiere a la formación “para” y la formación “en” empresa (Tejada 2000, 2001), tal y como aparece en el ideograma siguiente.
Gráfico: Tipologías, modalidades de formación de formadores
En el primer caso, la formación “para” la empresa, hacemos referencia a la formación profesional para el trabajo. La misma se suele realizar en centros específicos, cuya articulación formal y funcional queda circunscrita a planteamientos propios de la formación. Nos estamos refiriendo a instituciones formativas, tanto de formación inicial como continua de profesionales de la formación, a la vez que pueden considerarse instituciones formales como no formales de educación (universidad y centros de formación específicos).
La oferta formativa de estas instituciones es variada, pudiéndose encontrar la formación de profesionales desde diplomaturas, licenciaturas, postgrados, masters u otros títulos específicos de denominación propia, dirigidos a profesionales –futuros formadores- tanto del ámbito formal como no formal, cual es el caso de la Universidad, hasta formadores de distinto nivel en instituciones de formación específicas (INEM, Sindicatos, Entidades colaboradoras, Organizaciones No Gubernamentales, etc.), eso sí mayoritariamente a profesionales del ámbito no formal. En el segundo caso, además de la oferta formativa específica de cursos de formación profesional y ocupacional ofertan cursos de formación de formadores (generales: 300- 500 horas, o específicos: aspectos concretos de la formación: comunicación, evaluación, gestión del aula, etc. oscilando en las 25-50 horas aproximadamente).
La diferencia fundamental entre ambos tipos de instituciones es el nivel de cualificación, siendo clave, en las primeras, los títulos académicos (aunque también integran certificados), mientras que en las segundas podrían serlo los certificados de profesionalidad.
Si nos centramos en el segundo caso, el de la formación “en” la empresa, las variantes son menores. No hay que olvidar que este tipo de centros o instituciones laborales, se articula, organiza y gestiona sobre diferentes parámetros de referencia, fundamentalmente el de la producción, convirtiéndose la formación en una estrategia o necesidad a tal fin.
En este caso, podemos encontrar al menos dos tipologías según el tamaño de la empresa o institución sociolaboral (grande o pequeña); es decir si pueden disponer de un departamento específico de formación en su seno o no. Esta última situación llevaría a demandar la formación de formadores a otras instituciones (universidad, consultoras, entidades colaboradoras, INEM, etc.). De cualquier forma, la preocupación principal no es tanto la titulación o la certificación, cuanto la respuesta a las necesidades concretas de formación o cualificación de sus profesionales2.
Cuando se trata de grandes empresas que cuentan con departamento de formación, además de la oferta formativa específica de cursos de formación profesional y ocupacional, ofertan cursos de formación de formadores de carácter específico, todo y que pueden plantearse situaciones de formación en cascada y contratar servicios de formación externa para cursos de carácter más general (aspectos concretos de la formación: comunicación, evaluación, gestión del aula, etc. oscilando en las 25-50 horas aproximadamente. Dado el carácter de la formación muy aplicada al puesto de trabajo, la relación con otros profesionales de la institución es muy estrecha, haciéndoles partícipes a su vez de las modalidades de formación en el puesto de trabajo (coaching, mentoring, instructor, etc.). Estos últimos profesionales actuarían como formadores ocasionales.
Por el contrario, cuando se trata de pequeñas empresas, se suele recurrir a departamentos universitarios o consultoras externas que vienen a llenar el vacío del departamento de formación. La tipología de cursos y organización es muy similar a la situación anterior.
Este acotamiento sobre los contextos de actuación sigue siendo genérico y puede dar una visión restringida sino se consideran simultáneamente los nuevos entramados sociolaborales, culturales, económicos, etc., que están generando las nuevas tecnologías, afectando, por ende, a la formación, dada su dependencia o ligazón con los mismos. Queremos decir que hay que considerar los nuevos escenarios resultantes provocados por la globalidad, la inmediatez, la información, el ritmo de cambio, el cambio organizativo laboral, la interactividad y la inteligencia distribuida como notas definitorias (Cabero, 1998:335).
Sobre este particular un mínimo apunte: aparecen nuevas modalidades formativas con sus consiguientes repercusiones tanto en lo organizativo como en lo didáctico. Tal es el caso de los nuevos entornos, con la proyección directa sobre el cibercentro y sus derivadas –campos virtuales, clases electrónicas, clase global, etc (Tirado Moreta, 1998)-; la revitalización del autoaprendizaje según las necesidades e intereses de cada individuo, propiciando con ello que cada uno pueda articular su propio itinerario formativo (Arnoud, 1996; Salinas, 1998; etc.); las nuevas posibilidades de estrategias metodológicas, por su flexibilidad; la superación de los modelos comunicativos unidireccionales (profesor- alumno) mediante el incremento de la interactividad a través de diferentes medios y en tiempo real. En la misma línea, también se pueden apuntar al menos dos consecuencias, coincidiendo con Cabero (1998) que evidencian directamente esta situación. De una parte, la asunción del trabajo cooperativo como procedimiento para superar las exigencias de este nuevo escenario; de otra, el incremento del nivel de abstracción de los usuarios, que de lo físico han de pasar a la representación y ello va a tener repercusiones sobre la formación.
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